J.K.
Rowling
Visita la Enciclopedia Rowlingüística
Autobiografía publicada en
JKRowling.com
Mis padres eran los dos de Londres. Se conocieron en un tren cuando tenían
dieciocho años, viajando desde la estación de King’s Cross hasta la ciudad
escocesa de Arbroath; mi padre iba a incorporarse a la Marina Real, y mi madre
a la W.R.N.S. (el servicio militar en la Armada para mujeres). Mi madre le dijo
que tenía frío, y él le ofreció compartir su abrigo. Se casaron por más de un
año más tarde, con diecinueve años.
Los dos dejaron la Armada y se trasladaron a las afueras de Bristol, al oeste de Inglaterra. Mi madre me tuvo con sólo veinte años. Fui un bebé rechoncho. La descripción que aparece en “La piedra filosofal” de “los retratos de los que parecía una gran pelota rosada con gorros de diferentes colores” se ajusta mucho a las fotos de mis primeros años de vida.
Mi hermana Di llegó un año y once meses después que yo. El día que nació constituye mi primer recuerdo, o a menos el primer recuerdo que puedo situar en el tiempo. Me acuerdo claramente de estar en la cocina jugando con un pedazo de plastilina mientras mi padre entraba y salía a toda velocidad de la habitación, yendo y viniendo del lado de mi madre, que estaba dando a luz a mi hermana en el dormitorio. Sé que no es un recuerdo inventado, porque mucho tiempo más tarde contrasté los detalles con mi madre. También tengo una vívida imagen mental del momento en que entré de la mano de mi padre en el dormitorio y ví a mi madre en la cama, en camisón, tumbada al lado de mi hermanita, totalmente desnuda, con una espesa mata de pelo en la cabecita y con aspecto de tener unos cinco años de edad. Aunque este extraño falso recuerdo está formado por distintos retazos de conversaciones escuchadas de niña, es tan vívido que siempre me acude a la memoria cuando recuerdo el nacimiento de Di.
Di tenía, y sigue teniendo, el pelo muy oscuro, casi negro, y ojos de color marrón oscuro, como mi madre. Era mucho más guapa que yo (y sigue siéndolo). Creo que, en contrapartida, mis padres decidieron que yo sería “la inteligente”. A las dos nos molestaban nuestras respectivas etiquetas. Yo quería no parecerme tanto a una pelota de playa con pecas, y Di, que ahora es abogada, se enfadaba con razón cuando nadie se fijaba más que en su cara bonita. Todo esto contribuyó, sin duda, a que pasásemos tres cuartas partes de nuestra infancia peleando como dos gatas salvajes en la misma jaula. Aún hoy Di tiene una pequeña cicatriz justo sobre la frente, resultado de la brecha que le abrí al lanzarle una pila, aunque yo pensé que se iba a agachar a tiempo y que no la iba a alcanzar. (Esta excusa no me sirvió de mucho con mi madre, que se enfureció más de lo que jamás la había visto).
Cuando yo tenía cuatro años dejamos nuestro bungalow y nos trasladamos a Winterbourne, también en las afueras de Bristol. Ahora vivíamos en una casa semiadosada con ESCALERAS que Di y yo convertíamos en un acantilado para escenificar una y otra vez un drama en el que una de nosotras quedaba “colgada” del escalón más alto, rogando a la otra que no la soltase de las manos con todo tipo de chantajes y ofertas hasta finalmente desplomarnos hacia la muerte. Este juego nos parecía infinitamente divertido. Creo que la última vez que jugaos al acantilado fue hace sólo dos Navidades; a mi hija de nueve años no le pareció tan divertido como a nosotras.
El poco tiempo que no pasábamos peleándonos, Di y yo éramos las mejores amigas del mundo. Yo le contaba muchas historias, y a veces incluso no me hacía falta sentarme sobre ella para obligarla a escucharme. Muchas veces las historias se convertían en juegos en los que cada una tenía papeles más o menos fijos. Yo era muy mandona a la hora de preparar estas representaciones de larga duración, pero a Di no le importaba demasiado porque solía dejarla los mejores papeles.
En nuestra calle vivían muchos niños de nuestra edad, entre ellos una pareja de hermanos, niño y niña, que se apellidaban Potter. Siempre me gustó este apellido, mientras que el mío nunca me entusiasmó; “Rowling” (la primera sílaba pronunciada “ou” en lugar de “au”) se prestaba a desafortunados juegos de palabras como “Rowling stone” (canto rodado) o “Rowling pin” (rodillo de amasar). Años más tarde, el hermano apareció en los periódicos afirmando ser el auténtico Harry. Su madre también ha declarado a la prensa que él y yo nos disfrazábamos de magos. Ninguna de estas afirmaciones es cierta; de hecho, lo único que recuerdo del niño en cuestión es que tenía una bicicleta tipo “Chopper”, que era la que todos queríamos tener en los años setenta, y que una vez tiró una piedra a Di, por lo que yo le propiné un fuerte golpe en la cabeza con una espada de plástico (la única persona que podía tirar cosas a Di era yo).
Me lo pasé muy bien en la escuela de Winterbourne. Era un lugar muy distendido; recuerdo que hacíamos cerámica, dibujábamos y escribíamos cuentos, todo lo cual se adaptaba a mi carácter a la perfección. Sin embargo, mis padres siempre habían albergado el sueño de ir a vivir al campo, y alrededor de mi noveno cumpleaños nos trasladamos por última vez, esta vez a Tutshill, un pueblecito muy cercano a Chepstow, en Gales.
La mudanza coincidió casi exactamente con la muerte de mi abuela favorita, Kathleen, cuya inicial adopté más adelante. Sin duda, esta pérdida, la primera de mi vida, influyó en mi percepción de la nueva escuela, que no me gustó en absoluto. Nos pasábamos el día sentados en pupitres mirando a la pizarra. Encima tenían viejos tinteros, y en el mío había un segundo agujero labrado con la punta de un compás por el niño que lo había ocupado el curso anterior. Obviamente había tenido que trabajar en silencio, sin que la maestra le viera. Me pareció una labor digna de ser continuada y me dediqué a ampliar el orificio con mi propio compás, de modo que cuando dejé esa clase, ya podía introducir cómodamente todo el pulgar en el agujero.
En Wyedean, mi escuela secundario, a la que fui con once años, conocí a Sean Harris, a quien está dedicado “La cámara secreta” y a quien pertenecía el Ford Anglia original. Sean fue el primero de mis amigos con carné de conducir, y su coche de colores turquesa y blanco era sinónimo de LIBERTAD, de dejar de pedir a mi padre que me llevase a todas partes, que es lo peor de todo cuando eres una adolescente y vives en el campo. Algunos de mis recuerdos más felices de la adolescencia están relacionados con el coche de Sean viajando entre la oscuridad. Fue la primera persona con la que hablé de mi ambición de ser escritora, y también fue la primera que no dudó de que tendría éxito. Su opinión fue mucho más importante para mí de lo que en aquel entonces le confesé.
El peor momento de mi adolescencia fue cuando mi madre cayó enferma. Cuando yo tenía quince años le diagnosticaron esclerosis múltiple, una enfermedad del sistema nervioso central. Aunque la mayoría de los pacientes de esclerosis múltiple experimentan periodos de remisión, en los que la enfermedad deja de avanzar momentáneamente, o incluso mejora, mi madre no tuvo esa suerte; desde el momento del diagnóstico fue empeorando de forma lenta pero irremisible. Creo que la mayoría de las personas creen, en el fondo, que su madre es indestructible; para mí fue un impacto terrible saber que su enfermedad era incurable, pero, incluso entonces, no era consciente de todo lo que esto podía implicar.
En 1983 acabé la secundaria y fui a la Universidad de Exeter, en la costa sur de Inglaterra. Estudié francés, lo que fue un error; sucumbí a la presión de mis padres para que estudiase un idioma moderno “útil” en lugar de inglés, que no parecía tener ninguna salida clara, pero que era lo que a mí me gustaba de verdad. En el aspecto positivo, estudiar francés me permitió pasar un curso entero viviendo en París.
Después de la universidad fui a trabajar a Londres; mi empleo más prolongado fue en Amnistía Internacional, la organización que lucha contra las violaciones de los derechos humanos en todo el mundo. Pero en 1990 el que entonces era mi novio y yo decidimos trasladarnos juntos a Manchester. Fue tras un fin de semana buscando piso, volviendo a Londres sola en un tren abarrotado de pasajeros, cuando se me ocurrió la idea de Harry Potter.
Llevaba escribiendo de forma casi continuada desde los seis años, pero nunca me había sentido tan entusiasmada por una idea hasta ese momento. Para mi inmensa frustración, el bolígrafo que llevaba no escribía y no me atreví a pedirle uno prestado a nadie. Recapacitando, creo que esto resultó ser positivo, porque durante cuatro horas (el tren llevaba retraso) me dediqué exclusivamente a pensar; todos los detalles surgían en mi cerebro y poco a poco, este niño flaco, con pelo negro y gafitas que no sabía que tenía poderes mágicos, se fue haciendo cada vez más real ante mí. Creo que si hubiera tenido que frenar mis ideas a la velocidad la escritura, algunos de los detalles se habrían perdido (aunque aún pienso a veces en cuántas cosas imaginadas durante ese viaje ya había olvidado cuando empecé a pasarlas al papel).
Esa misma noche comencé a escribir “La piedra filosofal”, aunque aquellas primeras páginas no tienen semejanza alguna con la forma final del libro. Me trasladé a Manchester, llevando conmigo el manuscrito que iba engordando en muy diversas direcciones y que incorporaba ideas sobre el resto de la carrera de Harry en Hogwarts, no sólo el primer curso. Entonces, el 30 de diciembre de 1990, ocurrió algo que cambió mi mundo y el de Harry para siempre: mi madre murió.
Fueron momentos terribles. Mi padre, Di y yo quedamos destrozados; mi madre tenía tan sólo cuarenta y cinco años, y nunca habíamos imaginado, probablemente porque era algo imposible de pensar, que pudiera morir tan pronto. Recuerdo sentir como si una losa me oprimiera el pecho, como si literalmente me doliera el corazón.
Nueve meses más tarde, en un intento desesperado por huir, me fui a Portugal, donde había conseguido una plaza de profesora de inglés en un centro de idiomas. Llevé conmigo el manuscrito, que seguía creciendo, esperando que mi nuevo horario de trabajo (tenía clases de tarde y noche) me permitiera continuar con mi novela, que había experimentado muchos cambios desde la muerte de mi madre. Ahora, los sentimientos de Harry sobre sus padres muertos eran mucho más profundos, mucho más reales. En las primeras semanas en Portugal escribí mi capítulo favorito de “La piedra filosofal”, “El espejo de Oesed”.
Tenía la esperanza de, al volver de Portugal, llevar bajo el brazo un libro terminado, pero lo que llevé fue aún mejor: mi hija. Había conocido a un portugués con el que me casé y, aunque el matrimonio no funcionó, me dio lo mejor de mi vida. Jessica y yo llegamos a Edimburgo, donde trabajaba mi hermana Di, justo a tiempo para las Navidades de 1994.
Mi propósito era volver a dar clases, y sabía que si no acababa el libro pronto, era probable que no lo hiciera nunca; sabía que el trabajo en una escuela a jornada completa, con preparación de clases y corrección de exámenes, junto con una pequeña de la que tenía que cuidar sola, no me dejaría ningún tiempo libre. Por ello, me puse a trabajar frenéticamente, con la firme determinación de acabar el libro y, al menos, intentar publicarlo. En cuanto Jessica se dormía en su sillita, yo entraba en la cafetería más cercana y me ponía a escribir como loca. Escribía casi todas las noches. Y después tuve que mecanografiar personalmente todo el manuscrito. Hubo momentos en los que llegué a odiar el libro, a pesar de lo que significaba para mí.
Por fin, quedó a acabado. Encuaderné los tres primeros capítulos con una bonita carpeta de plástico y los envié a un agente. No tardó ni un día en devolvérmelos. Pero el segundo agente me contestó pidiéndome ver el resto del manuscrito. Fue con diferencia la mejor carta que he recibido en mi vida, y eso que sólo tenía dos líneas.
Mi nuevo agente, Christopher, tardó un año en encontrar editor. Muchas editoriales lo rechazaron, pero finalmente, en agosto de 1996, Christopher me llamó para decirme que Bloomsbury había “hecho una oferta”. No podía creer lo que oía. “¿Quieres decir que lo van a publicar?”, le pregunté incrédula. “¿De verdad lo van a publicar?”. Colgué el teléfono y me puse a gritar y a saltar como loca; recuerdo la cara de susto de Jessica, sentada en su trona cenando.
Y probablemente ya conocéis lo que sucedió después.
La historia de Joanne Rowling se asemeja mucho a la de un cuento de hadas. Todo comenzó el 31 de julio de 1966. Hija de una madre aficionada a la lectura y de un padre maestro, Joanne (cuyo nombre en español sería Johana) se crió en Chipping Sodbury, un lugar de Escocia cerca de Bristol. De niña le gustaba pasear, junto a su hermana de 2 años menos, Dianne (en los ratos que no peleaba con ella), por el cementerio que estaba al lado de su casa... aún ahora Jo admite que esos lugares son una fuente inagotable de nombres. De chica, ella se autodenominó como una niña insegura y angustiada, con un estilo parecido al de Hermione (aunque no tan estricta como ella).
De niña, Jo contó su primer cuento a su hermana pequeña Di. En una historia, Di caía en una madriguera de conejos que le daban fresas. El primer cuento que escribió lo protagonizaba un conejo llamado Conejo. ¡Se enfermaba de sarampión y le visitaban sus amigos animales!
Se crió bajo una enseñanza bastante cerrada y antigua, en la cual la profesora sentaba a los alumnos de acuerdo a su inteligencia. Joanne fue a parar al sector de "niños cortos de luces"... quien diría que años después se convertiría en una gran escritora.
Ella detestaba las matemáticas... ¡En su primer examen sacó un cero! En sus primeros años de escuela, Rowling se pasaba las horas de la comida inventando historias protagonizadas por sus amigos convertidos en superhéroes. ¡Y siempre acababan con un "continuará"!
En la secundaria conoció a su mejor amigo, a quién le dedicó el segundo libro, Sean Harris. Según ella dice, Ron está inspirado en parte en él. Será por su simpatía, su amistad... o porque también tenía un viejo Ford Anglia turco (aunque no volador). Allí también conoció a la Señorita Shephard, profesora de inglés y una gran influencia para su vida. Claro que no toda su secundaria fue color de rosa, también habían profesores prepotentes, en los cuales se basó para hacer el personaje de Snape. Ella admite que no la pasaba bien en las clases de manualidades ya que era pésima para esas cosas.
Luego de terminar la secundaria, entró a la Universidad de Exeter, donde estudió durante cuatro años idiomas.
Graduada ya, partió hacia París a enseñar inglés. Un año después volvió a Londres para hacer un curso de Secretaria Bilingüe. Trabajó como secretaria para una companía de espías industriales (donde confiesa que la pasó horriblemente mal) y luego para Amnistía Internacional (una organización internacional en defensa de los derechos humanos).
Tiempo después, viajó a Portugal, donde conoció a Jorge Arantes, un periodista con quien se casó al poco tiempo.
¿Pero cuándo nació Harry? En un viaje de Manchester a Londres la asaltó la idea y le pareció que le sería divertido escribir una historia sobre un joven mago en una escuela de brujería. La desesperación le asaltó cuando se dio cuenta que no tenía una libreta a mano (siempre la tenía!)... pero ella comenta que así fue mejor, porque durante el viaje ideó gran parte de la serie... el resto? En los siguientes 6 años en diferentes bares. Ni bien llegó a Londres, corrió a su departamento y en una libreta barata comenzó a volcar todas sus ideas. El Quidditch nació después de una descomunal pelea que tuvo con su novio, de la cual Joanne salió furiosa hacia un bar y allí comenzó a inventar el deporte mágico más famoso.
Antes de su divorcio, Joanne quedó embarazada de Jessica. Luego de que naciera, cortaron su relación y ella viajó a Manchester con su madre, quien estaba muy enferma. Al mes ella murió, dejandole a su hija uno de sus peores golpes de toda su vida. Parte de ese dolor ella dijo que lo expresó en el capítulo "El Espejo de Oesed" del primer libro.
Viajó a Manchester para pasar las Navidades junto a su hermana, pero al poco tiempo decidió volver a Escocia y seguir enseñando.
La vida se le hizo difícil allí, ya que casi sin dinero en el bolsillo tenía que esperar a que su hija se durmiera para correr a un bar y estirar la tasita de café hasta el absurdo para poder escribir en un lugar con calefacción. Claro que eso no era visto con buenos ojos, pero tuvo la suerte de que su cuñado abriera su bar, el Nicolson's (sobre la calle de mismo nombre... es un restaurante-bar de precios moderados sobre un primer piso).
Allí fue donde terminó La Piedra Filosofal. Pero como cuento para niños ese libro no sería muy fácil de publicar... digamos que los niños de hoy en día no están muy dispuestos a comprar un libro de 250 páginas. Consiguió a su agente literario, Christopher Little, pero no a una editorial dispuesta a publicar el libro.
Mientras Jo escribía una y otra vez enviando su trabajo a diferentes editoriales (claro que todos estos editores ahora se están quedando sin pelo). Una respuesta milagrosa de Bloomsbury fue el segundo mejor momento de su vida, claro que después de Jessica. Ella confiesa que: "Anduve todo el día con un ejemplar bajo el brazo. La primera vez que lo vio en una librería tuve el loco deseo de firmarlo. Jessica chillaba cuando veía los libros en las librerías. Estoy segura de que la gente habrá creído que la hacía gritar yo...". Pero le exigieron que se agregara un segundo nombre, para ayudar con las ventas (?!) y ella eligió el de su abuela favorita: Kathleen, que es la "K." antes de "Rowling".
Luego de su publicación los problemas financieros de Joanne terminaron. Pero el libro, a pesar de su poca publicidad (solo un par de buenas reseñas), tuvo una gran aceptación en todo el Reino Unido y la editorial norteamericana Scholastic le pagó una jugosa suma de 150.000€ (una suma que Joanne nunca podría haber imaginado tener toda junta) asegurando la publicación de los 7 libros.
La publicidad, los premios ganados gracias a los libros (el más famoso es el Premio al libro Smarties de Oro, que los ganó con sus primeros dos libros) y la prensa hicieron el resto. Cuando todo parecía haberse calmado, Warner Bros. le compró los derechos de los primeros libros para llevarlos a la pantalla grande, con la promesa de un intento por no alterar en lo más mínimo la historia.
Terminó de escribir su segundo libro, La Cámara Secreta, a los dos años, lo que le pareció un trabajo muy duro ya que no estaba segura que estuviera a la altura de lo que los lectores esperaban. Pero su primer puesto en ventas durante las primeras semanas de venta le hicieron cambiar su opinión.
"Y la idea de que los niños hicieran cola en las librerías para comprar El Prisionero de Azkabán me encantaba", se confiesa. Y ni hablar de El Cáliz de Fuego, editado en inglés en el año 2000.
En diciembre del 2001 se casó con el Dr. Neil Murray, con quien que vive en Perthshire, Escocia.
Con Neil ha tenido otro hijo, David, el cuál nació pocos meses antes que se publicase Harry Potter y la Orden del Fénix.
En la actualidad. J.K. Rowling escribe el sexto libro de Harry Potter.
Curiosidades: ¿Sabías que Rowling...
...en 1990, estaba esperando en un tren que se había averiado en el trayecto de Manchester a la estación de King´s Cross en Inglaterra cuando se le ocurrió el personaje de Harry Potter? Sin embargo, tuvo que esperar hasta que pudo poner por escrito sus ideas, porque no tenía ningún bolígrafo...
...ahora es la tercera mujer más rica de Gran Bretaña y la primera de Escocia? ¡Y todo gracias Harry!
...sus editores pusieron sus iniciales, J.K. en la portada de sus libros porque pensaron que los niños nunca comprarían un libro escrito por una mujer?
...al intentar vender su primer libro, era tan pobre que escribió a máquina dos copias del manuscrito porque no podía permitirse fotocopiar el original?
...y sus editores británicos enterraron en la estación de King's Cross de Londres una cápsula temporal que contenía las predicciones de los niños para el último libro de Harry? ¿Tenéis una pala?
...tiene dos personajes favoritos? ¡Pues Hagrid y el Profesor Lupin! Aunque confiesa que también se lo pasa muy bien escribiendo sobre los villanos.
...no cree en la magia?
...escribió por primera vez los nombres de las Casas de Hogwarts, lo hizo en una bolsa de vómitos de un avión? Según la propia autora, la bolsa estaba vacía.
...tuvo que dejar de escribir el final del cuarto libro del miedo que le dió?
...casi abandona la escritura del cuarto libro cuando estaba escribiendo el 9º capítulo, "La Marca Tenebrosa"? ¡Es que le parecía todo un embrollo!
¿Donde escribirle?
A menos que suceda algo extraordinario, todos los fans que escriben a J.K.
Rowling reciben respuesta. En algunas ocasiones de su secretaria, informando que
la escritora no ha podido leer tu carta, y en otras ocasiones es la misma
Rowling quien responde (siempre con carta estándar). No pierdes nada por
escribirle.
J. K. Rowling
c/o Scholastic Inc.
555 Broadway
New York, NY 10012
Estados Unidos
o
J. K. Rowling
c/o Bloomsbury Publishing
38 Soho Square
London
W1V 5DF
Reino Unido
contenido original © 2003-4 Andr0 y Zirtaheb
Contenido Original: 7/5/2004 ~ Última Actualización: 27/8/2004